El amor y los desvelos que prodigaste a tus hijos y las plegarias que rezaste por ellos no quedarán sin gratificación. Cada pañal que cambiaste, cada vez que los aseaste, cada enseñanza que les impartiste, cada error que les perdonaste, cada lágrima que derramaste, cada palabra de ánimo que les dijiste, cada beso, cada abrazo, cada sacrificio, cada oración, todo eso contribuye a hacer de ellos unas criaturas de las que te enorgulleces.
Aunque puede que no siempre lo expresen ni lo den a entender por medio de sus actos, están orgullosos de tener una madre como tú. No logran entender cómo puedes seguir amándolos cuando les parece que menos lo merecen. Así y todo, lo desean, lo aprecian y saben que lo necesitan. ***** Formar a un niño es como realizar una obra maestra. Al igual que el pintor aplica una capa tras otra de pintura en la tela, día a día tú vas pincelando la vida de tu pequeño. El pintor no comienza por los detalles más nimios; se vale de trazos gruesos para delinear las formas generales de su pintura. Luego, con paciencia y gran cuidado, añade nuevas tonalidades y un poco más de detalle cada día, hasta que finalmente está en condiciones de apartarse un poco y admirar su obra, un producto terminado del que puede enorgullecerse. Lo mismo hace una madre: Con desvelo, paciencia y ternura contribuye a transformar a sus pequeños en hombres y mujeres maduros. Un día de estos te apartarás un poco y te quedarás admirando tu obra maestra. Los demás nunca llegarán a entender ni a apreciar cabalmente los años de ardua labor que te llevó producirla. Pero tú sí. Y sabrás que ni una gota de tu esfuerzo fue en vano. ***** La maternidad tradicional nunca pasará de moda, porque su esencia misma es el amor. Una madre es la encarnación de la ternura, el desvelo y el amor, al cual se muestra sensible hasta el más pequeño bebito. Si eres, pues, de las que piensan que se están perdiendo algo o que viven en el pasado por estar en casa sin hacer otra cosa que cuidar del nene o criando a varios niños en vez de seguir una carrera, reflexiona. ¡El amor es lo mejor que nos brinda la vida! Es lo más importante que alguien puede aprender y, a la vez, el obsequio más valioso que se puede recibir. Y una madre lo encarna y lo entrega como nadie. Podríamos seguir viviendo perfectamente bien sin muchas cosas; pero no sin madres. La maternidad a la antigua nunca pasará de moda.
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Desde el comienzo de los tiempos, los seres humanos nos hemos caracterizado por nuestro hondo amor y desvelo por los hijos. Todos queremos que nuestros chicos aprendan, que crezcan bien y tengan sus necesidades cubiertas, que estén sanos, sean felices y triunfen en la vida. Desgraciadamente, suelen surgir problemas que obstaculizan o complican esta labor. En efecto, los padres tenemos que aprender a lidiar con dificultades tanto fuera como dentro del hogar -desde pérdidas y reveses devastadores hasta fracasos matrimoniales-, buscar soluciones a cada contrariedad, salir adelante y ayudar a nuestros hijos a hacer lo mismo. Con frecuencia, en las situaciones más negras e imposibles, muchos alzaron los ojos al Cielo, acudieron a Dios en busca de soluciones que no eran capaces de descubrir por sí mismos. Y Él no los decepcionó. Se hizo presente, se puso a su disposición, les tendió la mano, los estrechó en Sus amorosos brazos y les demostró que Él siempre vela por Sus hijos, los protege y está deseoso de responder a sus preguntas y prestarles auxilio.
En estos tiempos duros que vivimos, Dios todavía está con nosotros, todavía está a nuestra disposición. Muchos padres están descubriendo que pueden plantear sus preguntas más difíciles directamente a Dios; que pueden recurrir al Cielo; que es posible dar con soluciones. Tal vez algunos lo consideren sumamente descabellado, casi absurdo; ¡pero están sucediendo cosas increíbles! La gente clama a Dios y descubre que Él está cercano, siempre presto a responder a nuestros interrogantes, por el gran amor que nos tiene y Su vivo deseo de vernos felices. Si no sabes qué hacer, si te sientes agobiado y no encuentras a nadie que te ayude, ¡no te des por vencido! No pierdas la esperanza. Puedes encontrar el remedio para la situación consultando directamente al Cielo. Hay soluciones, y están a tu alcance en este preciso momento. Extraído del libro "Urgente Tengo un Adolescente" por Derek y Michelle Brookes. © Aurora Producciones. Utilizada con permiso. ¡Te impresionaría la capacidad que tienen los niños de sorprenderte positivamente! A veces cuesta entender sus actos: por qué llega uno a pensar que se están portando mal adrede y te contradicen y actúan a contrapelo de lo que esperas de ellos. A veces es poco menos que imposible adivinar lo que les pasa por la cabecita, ya que sus actos contradicen tus instrucciones o lo que según tu percepción se debe hacer. Sin embargo, te darás cuenta de que a pesar de su conducta traviesa, tienen buen corazón, sobre todo cuando les has dado buena formación y les has inculcado el amor al prójimo y enseñado a preocuparse por los demás. Los niños no ven como la gente grande. Conviene tener eso en cuenta cuando tu peque revele su innata cualidad de hacer travesuras. Está explorando los laberintos de la vida. Por eso, lo que para ti puede ser algo que claramente no se debe hacer, quizá para la mente de un niño no sea tan evidente. A lo mejor nadie le ha explicado por qué no debe tocar tal cosa o por qué no deben reaccionar de cierta manera. Para ellos, cada día es un aprendizaje, una escuela en la que los padres, hacen de maestros. Cada día se les entregan las pequeñas lecciones que más adelante contribuirán a afianzar los aspectos más relevantes de su formación. Educar a un niño exige amor, comprensión, fe y paciencia. Es preciso que veas a los chiquillos por el prisma de lo que pueden llegar a ser, tomar nota de las buenas cualidades por muy inclinados que estén a hacer pillerías. Si dedicas tiempo y esfuerzos a tus hijos y les enseñas a discernir el bien del mal, se hará evidente el fruto de lo que sembraste en ellos. Aunque pasen por momentos difíciles, si los amas y los apoyas con constancia, y les impartes constantemente buenos principios que les ayuden a distinguir el bien del mal, tus esfuerzos darán el fruto deseado, por mucho que a veces ello no sea tan obvio. No dejes de guiarlos por el buen camino con amor, y verás que el bien siempre saldrá a relucir, quizás en los momentos más inesperados. Dice la Biblia: «Instruye al niño en su camino, y aun cuando fuere viejo no se apartará de él» (Proverbios 22:6). La instrucción que impartes a tus hijos desde temprana edad da sus frutos a la larga. Esos frutos no solo se harán manifiestos en algún momento futuro de la vida; los verás todos los días si estás alerta. No llegues a conclusiones precipitadas; mira con los ojos de la fe y de lo posible, ¡y tus hijos te asombrarán! © TFI. Usado con permiso. Mi marido y yo oramos diariamente por la seguridad de nuestras hijas. No me cabe duda de que esas oraciones les han evitado más de un accidente. Por otra parte, es posible que yo siempre haya considerado a mis hijas como excepciones, no a las normas —por Dios—, sino en el sentido de que me parecía que nunca cometían las típicas tonterías infantiles que pueden provocar accidentes o daños. Por ejemplo, llevarse cosas a la boca. Me imagino que debí haber tomado en cuenta la señal de advertencia. Laura, de dos años y medio, había tomado una monedita del suelo y se la había metido alegremente en la boca. Afortunadamente, estaba muy cerca de mí. Se la saqué y le di su correspondiente regaño, en el cual incluí una explicación de todas las consecuencias nefastas que puede tener el tragarse una moneda. Aun así, nada podría haberme preparado para lo que sucedió aquella noche. Mi esposo y yo nos estábamos preparando para salir. Habíamos atenuado la luz del cuarto de las niñas, y ellas daban vueltas en sus camas como de costumbre. ¿Estarían dormidas para cuando llegara la chica que venía a cuidarlas? Seguramente no. De golpe Kimberly gritó: —¡Mamá, Mamá! ¡Laura se está atragantando! Tomé a Laura y le pregunté a Kimberly qué había pasado. —Laura se tragó una moneda —me respondió. Se me puso la mente en blanco. Había leído y vuelto a leer —probablemente cinco o seis veces— un artículo que explicaba cómo auxiliar a un niño que se atraganta. Pero en el instante en que más lo necesité, no logré recordar una sola palabra. Llevé a Laura al pasillo, donde había luz, y pedí auxilio a gritos. Gracias a Dios, no sucedió lo peor. Laura comenzó a toser. Recordé que si un niño atragantado logra toser, normalmente con la tos expulsa el objeto que se le ha atascado en la garganta. Dos o tres segundos después cayó al suelo una moneda de 25 centavos (tamaño mediano) que ella había expulsado de su boca. Yo no lograba contener el llanto ni podía dejar de agradecerle al Señor Su misericordia. Mucho después que las niñas se hubieron acostado entre llantos, abrazos y expresiones de cariño fraternal, por mi cabeza empezaron a circular todos los posibles desenlaces de aquel episodio. Un niño que se atraganta no puede pedir ayuda. El cuarto estaba en penumbra. Yo apurada por alistarme para salir; mi esposo esperándome abajo. ¿Y si Kimberly no se hubiera dado cuenta de que Laura se estaba atragantando? ¿Qué habría pasado si en lugar de una moneda mediana, como la que se tragó, hubiera sido una más pequeña, de un centavo, como la que encontré en su cama la segunda vez que la arropé? Una moneda más pequeña fácilmente podría habérsele atascado en la garganta. ¿Habría logrado sacársela antes que fuera tarde? ¿Qué habría pasado si ya nos hubiéramos marchado y la niñera no hubiera escuchado a Kimberly pedir auxilio? Ahora soy una madre más prudente y precavida. He aprendido a no suponer que mis hijas nunca harán tonterías infantiles que puedan ponerlas en peligro. Además, aprecio mucho más el amor y la misericordia de Dios, Sus tiernos cuidados, y en particular la forma en que responde cotidianamente a nuestras oraciones por la seguridad y el bienestar de nuestras hijas. Cuando nos enfrentamos a situaciones inesperadas que prácticamente escapan a nuestro control, contar con Jesús y la oración es de capital importancia. Escrito por Jasmine St. Clair y publicado originalmente en la revista Conectate. Usado con permiso.
Hermoso video dedicado a las madres en todas partes. Inglés con subtítulos en español. Sharmini Odhav Antes de que naciera mi nena, traté de imaginarme cómo sería. Cuando no estuviera durmiendo -como esperaba que hiciera la mayor parte del tiempo- la imaginaba sentada pensando con serenidad en el sentido de la vida o contenta observándome cocinar, limpiar o realizar algún otro quehacer, mientras ella aprendía los rudimentos de la feminidad. No tenía la menor idea de que dormir sería lo último que se le ocurriría. Ella no estaba ni con mucho interesada en averiguar mis planes, pero sí en darme a conocer los suyos. Quería que le dedicara cada momento, y no mantenía la atención en nada por más de tres minutos. Cuando se ponía a lloriquear, no paraba en horas, por mucho que yo hiciera de todo menos volar en un trapecio para entretenerla. A veces andaba de cabeza tratando de limpiar, lavar y doblar la ropa y mantenerme al tanto de mis otros quehaceres mientras cuidaba de mi hiperactiva nena. Hubo ocasiones en que no aguantaba más, alzaba los brazos al cielo y me preguntaba por qué me estaría castigando Dios. ¿Cómo lo aguantaban otras madres? ¿Sería yo la única que no era sobrehumana? Mi primera reacción fue tratar de hacer el doble en todo, a fin de poder realizar todos mis quehaceres en las veinticuatro horas que de la noche a la mañana se me habían quedado cortísimas. Parecía que daba más resultado, y me aceleraba para hacer más que antes. Pero el caso es que a los bebés no se les puede meter prisa como al resto de la gente. Debe ser esa la manera en que Dios inculca la paciencia a los padres. Intentar que un bebé duerma a toda prisa, ordenarle que esté contento o esperar que se entretenga por algo más de unos minutos para que yo pudiera hacer otra cosa no resultaba. La consecuencia más corriente era que ella quedaba confundida, contrariada y descontenta, y hasta tomaba más tiempo dormirla o ayudarla a estar contenta otra vez. Tardé un tiempo en comprender que cuanto menos caso le hacía, más irritada se ponía. Con demasiada frecuencia me daba cuenta de que le espetaba órdenes, o, si ella lloriqueaba, le contestaba igual de quejumbrosa. Terminé preguntándome por qué sería así la situación. ¿En qué me había convertido? No quería que mi hijita pasara de esa manera sus primeros años, ¡y desde luego tampoco quería ser una madre así! Un día, mi madre me dijo: «¡Tienes que aprovechar al máximo el tiempo que pases con tu hijita, porque antes de que te des cuenta ya habrá crecido!» Oré por un cambio de actitud, y cambié. Aprendí a disfrutar cada momento con mi bebé, cada sonrisa con la que me indica que está contenta de que la trajera al mundo, cada vez que me recuesta la cabeza en el hombro en confiado reposo, cada vez que sus deditos envuelven los míos o me acaricia la mejilla, cada vez que siento su suave piel o aroma, cada milagro del que soy testigo en su niñez y me estremece de emoción. Hasta aprecio las veces en que llora para pedir algo, porque me recuerda que tengo la bendición de una gran responsabilidad, que se me ha confiado la vida de mi pequeña. Y cuando descubro qué necesita o la arrullo en mis brazos y deja de llorar o de estar inquieta, me queda una sensación asombrosa de satisfacción; me doy cuenta de que para ella soy la persona más importante, amada y apreciada. También me imagino que la manera en que le respondo ahora influirá en cómo me responda más adelante en la vida. Tan pronto dejé de ver a mi nena como una tarea más, mejoró mi calidad de vida. Me doy cuenta de cuánto la quiero y de que ser madre es una experiencia increíble. Ahora, casi sin darme cuenta, estudio formas de pasar más tiempo con ella, porque no quiero perderme un segundo de su vida antes de que se esfume. Agradezco esta oportunidad de transmitirle más enseñanzas. He aprendido que si dejo todo lo demás de lado y atiendo a sus necesidades, me recompensa siendo una niña feliz, satisfecha y atenta. Cuando por fin se queda dormida, tengo tiempo para hacer algo de lo que quiero. Pero hasta entonces, todo lo demás puede esperar. Ella es el tesorito más lindo que podría tener, ¡aunque me lleve tanto tiempo atenderla! Cuando estoy más atareada de lo normal y no encuentro tiempo para dedicarle más atención, me recuerdo que el tiempo que pasamos con nuestros hijos nunca es tiempo perdido. El amor que guardamos en el corazón durará toda la vida y aún después. Si invertimos tiempo y amor en nuestros hijos, pasaremos el resto de la vida recogiendo los beneficios. ***
¿Te gustaría imprimir tu nombre entre las estrellas? Escríbelo con grandes letras en el corazón de los niños. ¡Ellos lo recordarán! ¿Sueñas con un mundo más noble y feliz? ¡Díselo a los niños! Ellos te lo construirán. Anónimo En cierta ocasión, un niño con un defecto de audición llegó a su casa con una nota de la directora del colegio en la que ésta recomendaba a los padres que sacaran al pequeño del centro docente, ya que era «muy bruto para aprender».
La madre del niño leyó la nota y dijo: «Mi hijo Tom no es ningún bruto; él es capaz de aprender. Yo misma le enseñaré». Y eso hizo. Muchos años después, cuando Tom murió, los estadounidenses le rindieron homenaje apagando todas las luces del país durante un minuto. Resulta que el tal Tom fue nada más y nada menos que el inventor de la lámpara incandescente, del fonógrafo y de un rudimentario proyector de películas. En total, Thomas Edison patentó más de mil inventos. ***** «Mi madre fue la que me forjó. La gran certeza y confianza que ella depositó en mí me transmitieron el sentimiento de que tenía a alguien por quien vivir, de que existía alguien a quien no podía defraudar. La memoria de mi madre siempre será una bendición para mí». - Thomas Edison (1847-1931) ***** En su adolescencia Jim trabajaba para un tendero de Missouri. Le gustaba el trabajo y pensaba abrirse camino con dicho oficio. Cierta noche regresó a casa y le contó orgulloso a su padre los astutos manejos de su patrón. Este tenía la costumbre de mezclar el café barato con el de mayor precio, obteniendo así más ganancias. Jim contó el hecho riendo a la hora de la cena. Su padre, sin embargo, no le vio gracia al asunto. Le dijo: —Dime, si el tendero descubriera que alguien le está colando mercadería de mala calidad al precio de la buena, ¿crees que le parecería astuto y que le causaría gracia? Jim se dio cuenta de que su actitud había defraudado a su padre. —Creo que no— respondió. —No lo había visto de ese modo. Al día siguiente su padre le dijo que acudiera a la tienda, reclamara la paga que se le adeudaba e informara al tendero que no volvería a trabajar para él. El trabajo no abundaba en la zona, pero el padre de Jim prefería ver a su hijo cesante antes que relacionado con un comerciante tramposo. Así de cerca estuvo J.C. Penney de convertirse en tendero. En cambio, fundó la cadena minorista que todavía lleva su nombre. Revela el secreto de su éxito en el título de su autobiografía: Cincuenta años con la Regla de Oro. ***** Un padre explicó cómo se había percatado de su hipocresía. Resulta que su hijo obtenía calificaciones muy bajas en lenguaje. A pesar de las reprimendas y de las horas adicionales de estudio, no mejoraba. Un día le dijo a su padre: —Me imagino que tú siempre sacabas la nota máxima en lenguaje. ¿Qué te hace pensar eso? preguntó el papá. —De lo contrario no me regañarías tanto. Su forma de corregir al chico le había dado a entender algo que no era verdad.El padre dijo —Lo cierto es que a mí también me costaba mucho el lenguaje admitió el padre, sobre todo la ortografía. A partir de aquel momento el chico mejoró, pues dejó de sentirse inferior y fracasado. Viendo que su papá había logrado superar la misma dificultad, recobró la esperanza. - Anónimo Tomado de la revista Conectate. Usado con permiso. Cuando me enamoré de la joven viuda que ahora es mi novia, me sentí el hombre más afortunado del mundo. Además de haber encontrado a la esposa de mis sueños, venía con tres hijos estupendos. ¡una familia completa! Quizá mi enfoque no era muy realista, pero el hecho es que ganarme el amor y respeto de los niños no me ha resultado tan fácil como esperaba. ¿Tienen algún consejo para este papá atribulado?
No eres el único. Cuando un papá o una mamá vuelven a casarse, no suele salir todo a pedir de boca desde el principio. Labrar fuertes lazos afectivos con los miembros de una nueva familia lleva tiempo y mucho amor. Es normal que los niños mayores se resientan con el nuevo cónyuge. Para ellos nadie podría jamás tomar el lugar del padre o madre ausente. Puede que a los más pequeños también les cueste tener que compartir el afecto de su padre o su madre con el recién llegado. Muchos padrastros y madrastras cometen el error de sentirse dolidos, ofuscarse, desanimarse y distanciarse de los niños. Esfuérzate por hacer a un lado toda susceptibilidad. Aunque mucho depende de la edad y madurez de los niños, a continuación te brindamos algunas pautas que han dado buen resultado a otras personas en tu situación. Comunícate. La comunicación franca y sincera es el primer paso. Si resulta evidente que solamente uno o dos de los niños no están felices con la nueva situación, probablemente lo mejor será conversar con ellos por separado sobre los conflictos que los perturban y sus posibles soluciones. Es un buen momento para hacer case de la exhortación bíblica de ser «pronto para oír, tardo para hablar, tardo para airarse» (Santiago 1:19). Una vez que cada uno de los niños haya tenido ocasión de expresar cómo se siente y tú hayas establecido un clima de confianza, tal vez convenga tener una reunion informal con todos. La ocasión puede ser una comida especial, en la que cada uno explique cómo se siente con la nueva familia y qué cambios o mejoras le gustaría que hubiera. Dedícales tiempo. La mejor inversión que puedes hacer en tu nueva familia es dedicarle tiempo; y una de las mejores formas de empezar es hacer caso de algunos de los «cambios y mejoras» que te propongan,siempre que sean prudenciales y viables. Ora. Los niños necesitan tiempo para adaptarse. Puede que tarden una temporada en superar ciertas actitudes negativas. Pide al Señor que te dote comprensión y de un amor profundo y sincero por los demás, así como también que los ayude a cambiar en lo que sea necesario para que los demás gocen de felicidad y bienestar. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. Querido papá:
Me senté a escribirte para el Día del Padre y me vinieron a la cabeza los siguientes pensamientos. Espero que sepas cuánto te quiero, te admiro y te valoro. Gracias todas por las veces en que aguantaste y no dejaste de confiar en que Jesús nos sacaría adelante cuando la situación se veía negra. Gracias por ayudarme a terminar mi tarea para la clase de la Biblia cuando estaba en segundo grado -todavía tengo el librito- aunque ese día tú mismo tenías que entregar un trabajo importante. Gracias por no impacientarte conmigo a pesar de mis preguntas infantiles y parloteo sin sentido. Gracias por todas las veces nos llevaste de viaje -nunca se me olvidarán- y por acarrear nuestro pesado equipaje. Gracias por las meriendas sanas y ricas que nos traías de tanto en tanto y que los niños siempre esperábamos con ilusión. Gracias por llevarme a comprar zapatos y no desistir hasta encontrar el par ideal. Gracias por curarme los raspones en las rodillas, sacarme las astillas y atenderme todas las veces que me enfermé, y por dispensarme toda la atención y apoyo moral que necesitaba en esos momentos. Gracias por todas las anécdotas entretenidas que nos contaste de tu infancia. Gracias por los cuentos que nos leías a la hora de dormir. Ese era uno de los mejores momentos del día. Gracias por hacer que me sintiera segura y protegida en cualquier parte por el solo hecho de que tú estabas presente. Gracias por todos los partidos de baloncesto y softball que hicimos en la época en que esa era mi pasión. Gracias por las veces en que te pusiste firme y me hiciste cumplir las reglas de nuestra familia. Ahora que tengo hijos propios sé lo difícil e importante que es. Gracias por creer en mí cuando me llegó el momento de desplegar las alas y echar a volar, aunque yo no me consideraba capaz. Gracias por enseñarme a negociar el contrato de arriendo de mi primer apartamento. Gracias por ser un abuelo divertido y aventurero para mis hijos. Gracias por los ratos que pasaste conversando a solas conmigo a pesar de tu apretado horario y tu larga lista de tareas pendientes. Siempre significaron mucho para mí. Tu hija Escrito por Angie Frouman. Publicado originalmente en Conectate. Usado con permiso. En determinadas situaciones y circunstancias es inevitable que los padres se sientan agobiados. El bebé llora, la niña de ocho años no quiere hacer sus deberes, la música del chico de catorce hace temblar la casa, el de dos añitos se hizo pis en los pantalones y los invitados a cenar van a llegar en cualquier momento. Uno se siente exigido al máximo.
Todos tenemos días así. Tu caso no es único. Y no es preciso que hagas frente a la situación a solas: Jesús está contigo. Ten fe. Él te entiende y quiere darte ánimo y soluciones. Si tienes oportunidad, procura conversar con alguien, tal vez con tu cónyuge o con una amiga; puede contribuir a serenarte y hacerte ver las cosas desde otra perspectiva. Hagas lo que hagas, no te dejes vencer por el sentimiento de fracaso. Eleva una plegaria y pide a Jesús que te conceda fuerzas y gracia en ese preciso momento, y Él lo hará. Ruégale que te ayude a ver a tus hijos como Él los ve, que te abra una ventana al futuro y te permita vislumbrar lo que llegarán a ser. Él te ayudará a enfocar la situación con optimismo y esperanza. Dado que los hijos son un reflejo de los padres, es muy fácil descorazonarse y sentir que uno ha fracasado cuando uno o varios de ellos flaquean en algún aspecto. Lo que no hay que olvidar es que ellos constituyen una obra en curso, igual que nosotros. Lo único que Dios espera de nosotros es que pongamos todo de nuestra parte, que les prodiguemos amor y que dejemos lo demás en Sus manos. Claro que eso no es pretexto para desesperarse y arrojar la toalla en cuanto las cosas se pongan difíciles, pasándole la pelota a Dios. Seguramente la solución que Él tiene requiere nuestra participación activa. Conviene preguntarle qué quiere que hagamos y llevar a la práctica lo que nos indique. De ahí no nos queda más que encomendarle lo que falte, dejar que Él se encargue de lo que está fuera de nuestro alcance. Una Familia Unida El mayor Descubrimiento que podemos hacer en la vida es que todos tenemos acceso a una estrecha relación con el Padre celestial a través de Su Hijo Jesús. Con esa conexión, todo lo demás queda a nuestro alcance. Entablar dicha relación no sólo es factible, sino increíblemente fácil: basta con hacer una breve oración: «Jesús, te necesito. Ven a mi corazón y hazte presente en mi vida. Perdóname mis pecados. Te pido que seas mi Salvador, mi eterno compañero, mi consejero, mi firme amparo. Amén». Para los que somos padres de familia solo hay una cosa más extraordinaria que establecer nosotros mismos esa íntima relación con Dios: saber que también está al alcance de nuestros hijos. «Para vosotros es la promesa, y para vuestros hijos» (Hechos 2:39). Las familias cuyos integrantes tienen en común esa conexión con Dios, que la Biblia llama sencillamente amor (1 Juan 4:8), están más unidas, tienen menos conflictos graves, y en cambio más cariño y afecto. ¿A qué responde eso? A que tienen en común lo primordial: además de tener criterios muy claros con respecto al bien y al mal, disponen de la orientación y el apoyo que necesitan para tomar buenas resoluciones y cumplirlas. Cuando surgen conflictos o disgustos, basta con elevar una plegaria para obtener soluciones prácticas y auxilio del Cielo. Si deseas que tu familia se enriquezca espiritualmente, conéctate con Jesús. Así todos crecerán en amor y vivirán más unidos. Tomado del revista Conectate. Usado con permiso. |
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